Mi foto
Solo pararé para volver a tomar impulso.

Rostros familiares, rostros gastados


   "¿Y si pudieras volver atrás en el tiempo, no cogerías todas las horas de dolor y tristeza y las cambiarías por... por algo mejor?"




-¿Dónde se acaba el universo, Donnie?
-Allá donde las estrellas ya no brillan.

Donnie Darko

Las tinieblas lo adoran.


   Baila con ellas como con un amante, y la luna se eleva sobre la colina violeta, y lo que antes era dulce ahora huele a agrio. Huele a veneno.


La Historia de Lisey
Stephen King

Invictus

Out of the night that covers me,
black as the pit from pole to pole,
I thank whatever gods may be
for my unconquerable soul.

In the fell clutch of circumstance
I have not winced nor cried aloud.
Under the bludgeonings of chance
my head is bloody, but unbowed.

Beyond this place of wrath and tears
looms but the Horror of the shade,
and yet the menace of the years
finds and shall find me unafraid.

It matters not how strait the gate,
how charged with punishments the scroll,
I am the master of my fate:
I am the captain of my soul.


Invictus
William Ernest Henley

Vi veri Veniversum vivus vici


"Por el poder de la verdad, mientras viva, habré conquistado el universo."

                                                                            Fausto

El Barquero de Aqueronte (I)

   El ruido de mis pasos vibra en los adoquines y las paredes de ladrillo. Es un sonido seco y breve, como el tic tac de un reloj de pared. El cielo despejado ha dejado escapar cualquier atisbo de calor y el frío de noviembre, cortante y visceral, ha inundado las calles. No hay una sola ventana abierta. No hay una sola luz tras las cortinas. El eco de mis pasos solo se escucha en sueños inquietos.
   La noche es mía.
   Me permito esbozar una leve sonrisa de júbilo. Jamás creí poder estar tan excitado ante la idea de darle caza a alguien. Jamás tuve esta sed de sangre. Pero es ahora cuando estoy convencido de que siento auténtica pasión por mi trabajo. No hay nada que se me dé mejor ni hay nadie a quien se le dé mejor.
   Mi nombre es William Flanagan Bloodworth, aunque mi clandestina fama responde ante el nombre del Barquero de Aqueronte. Y no creo que sea necesario explicar cómo me gano la vida.
   Me detengo delante de una gran mansión. Paredes de piedra, jardines perfectos, encajada entre otras grandes mansiones en uno de los barrios más elitistas de Londres. Desde luego, una residencia digna de la posición de Lord Harry Auttenberg. Una pena que no pueda disfrutar más de ella.
   Salto la verja exterior con facilidad y aterrizo en el mullido césped. El eco de mis pasos ya es historia, ahora me muevo rápido y sigiloso como una serpiente. Parece que no hay nadie despierto, así que compruebo las ventanas de la planta baja hasta que encuentro una sin cerrojo. Perfecto. Podría dirigirme directamente al dormitorio de Auttenberg y liquidarle mientras duerme pero tengo pensada una escena un poco más atroz, así que no puedo permitir que nadie se despierte cuando no deba. Me cuelo en cada dormitorio, me acerco a cada cama y, con un golpe impecable y certero en la sien, sumerjo a los durmientes habitantes de la casa en un idóneo estado de inconsciencia. En otra ocasión los habría degollado a todos, pero mi cliente me ha comunicado su deseo expreso de que no haya más muertes de las estrictamente necesarias. Cierro con suavidad la última puerta y me dirijo a la segunda planta, donde sé que Auttenberg duerme solo, pero en cuanto piso el primer escalón escucho un sonido metálico proveniente de la planta baja. Repaso mentalmente todos los dormitorios vacíos por los que he pasado pero en ninguno de ellos parecía haber dormido nadie recientemente. Vuelvo a escuchar el mismo ruido; viene de la cocina. Desciendo por las escaleras sin dudarlo y echo un vistazo al interior: un hombre de tamaño considerable y expresión tosca devora lo que minutos antes podría haber sido la mitad de un pollo asado. Un mercenario, contratado ocasionalmente y entre cuyas habilidades dudo que se haya encontrado alguna vez el sigilo. Analizo la situación durante unos segundos pero no pierdo demasiado tiempo. Solo es un gorila cuya única cualidad probablemente sea la fuerza bruta, ni siquiera me atrevo a considerarlo un profesional. Él se levanta de la mesa y yo actúo. Me muevo rápido y, con un ágil salto, me subo a sus hombros con impulso suficiente para asestarle un potente codazo en la parte superior del cráneo. Todo ocurre demasiado rápido para sus sentidos. Cae como el tronco de un árbol recién talado, sin haber llegado a comprender lo que acaba de ocurrir y provocando un sonido sordo al golpear el suelo. Agudizo el oído por temor a que el ruido haya despertado a Auttenberg pero solo escucho el zumbido de la bombilla de la cocina. Ahora ya nadie podrá molestarme.
   Subo de nuevo por las escaleras, casi deslizándome de puro placer escalones arriba. El silencio se hace más patente si cabe salvo por los ronquidos que proceden del único dormitorio en el que no he entrado.
   La puerta se abre sin hacer ruido. El dormitorio es ostentosamente inmenso y una cama con dosel llama mi atención de inmediato. Cruzo la estancia y cierro las cortinas opacas que impedirán que nada ni nadie pueda ver lo que ocurre aquí dentro.
   Harry Auttenberg duerme tan profundamente que incluso siento algo de envidia. Tener la conciencia tranquila es un privilegio del que muchos abusan.
   Chasqueo los dedos en la oscuridad y la chimenea se enciende con una explosiva llamarada. Auttenberg se despierta sobresaltado, aunque es el chillido de pánico que emite cuando me ve sentado en una de las butacas de terciopelo lo que supera todas mis expectativas. Esto será divertido.
   -¿Q-q-quién diablos eres tú?
   Me permito el lujo de encender un cigarrillo mientras dejo que el miedo corra por sus venas. Es un toque dramático que me encanta dar.
   -Comprendo que no me recuerdes así, a primera vista -le respondo en un tono tranquilo y cortés-; a fin de cuentas, han pasado varios años y... ¿quién sabe a cuántas muchachas más habrás matado?
   Parece que mis palabras le hacen recordar más rápido de lo que le gustaría, pues se aleja un poco de mí, sin salir todavía de la cama, y entrecierra los ojos.
   -Bloodworth.
   Le doy una profunda calada a mi cigarrillo y la acompaño de un suspiro:
   -El mismo.
   -No sé cómo has logrado entrar pero te echarán de aquí a patad...
   -Yo no estaría tan seguro, Harry -él me mira, intentando imaginarse lo que he podido hacer en su casa antes de que él se despertase-. Todos tus empleados están convenientemente inconscientes, incluso el grandullón que encontré en la cocina comiendo como un cerdo, y gritar no te servirá de nada. Nadie, dentro o fuera de esta casa, puede escucharte.
   -¿Qué es lo que quieres, Bloodworth?
   Se le llena la boca de odio cada vez que pronuncia mi apellido.
   -¿Que qué es lo que quiero? -No puedo evitar soltar una carcajada-. Harry, querido, me he colado en tu humilde y apacible hogar en mitad de la noche, me he encargado de todas y cada una de las personas que viven aquí, he entrado en tu dormitorio mientras dormías y ni siquiera te agitaste en sueños, sabes quién soy porque recuerdas haber asesinado a mi hermana hace años... no eres un hombre especialmente inteligente, Harry, lo sé, pero dudo mucho que seas tan estúpido como para no saber qué es lo que quiero.
   Harry desliza lentamente la mano bajo la almohada, probablemente pensando que no me doy cuenta.
   -Yo no haría eso.
   El cañón de la escopeta me apunta en unos segundos pero no es suficientemente rápido. Antes de que Lord Auttenberg apriete el gatillo, mi mano ya descansa sobre el cañón del arma y con un rápido y brusco giro de muñeca le obligo a soltarla, a no ser que prefiera romperse los dedos. Sin perder más tiempo, lanzo la escopeta hacia la otra punta del dormitorio, totalmente fuera de su alcance.
   -¿Así es como tratas a tus invitados, Harry? -Le recrimino con un ligero toque de histrionismo.
   Camino alrededor de la cama y me detengo justo a los pies, entre Harry y la chimenea. La luz de las llamas oscurece mi figura y me da de nuevo ese toque dramático que tanto me gusta. Él retrocede entre las sábanas hasta que su espalda toca la pared, mira nervioso a su alrededor y de pronto se da cuenta de que está desnudo. Me cuesta horrores no reírme a carcajada limpia cuando se cubre la entrepierna con una mano y alarga temeroso la otra para agarrar de nuevo las sábanas. Excelente momento para sentir pudor.
   La escena me resulta peculiarmente reconfortante, así que me dispongo a alargar un poco más el sufrimiento de mi anfitrión. Las llamas de la chimenea se avivan súbitamente y lamen el papel pintado de la pared, mientras las puntas de las mantas más cercanas a mí comienzan a arder suavemente con unas enigmáticas llamas negras que, poco a poco, consumen cualquier tela bajo la que Harry pueda esconderse. De nuevo emite ese chillido de pánico cuando sus sábanas se convierten finalmente en ceniza.
   -¿Q-qué eres? -Me pregunta ya presa del miedo.
   Me enciendo un segundo cigarrillo. No soy nadie sin dramatismo.
   -¿Has escuchado alguna vez hablar del Barquero de Aqueronte?
   Ahora Harry sí sabe lo que es el pánico, porque ni se molesta en cubrirse. Su rostro se vuelve pálido y le tiembla la barbilla. Por supuesto que ha oído hablar del Barquero.
   -Se rumorea q-q-que es un demonio... -consigue articular a duras penas- ahora ya no me c-c-cabe ninguna d-duda...
   Segunda calada al cigarrillo.
   Las llamas negras reaparecen y envuelven la cama y a Harry tan rápido que apenas se da cuenta de ello hasta que empieza a gritar como un energúmeno. Patalea y rueda como puede para extinguir unas llamas que solo yo puedo aplacar antes de que su cuerpo se consuma por completo.
   -Se rumorean muchas cosas de mucha gente, Harry -respondo finalmente-, pero no, no soy un demonio.
   Es un placer que el trabajo me lleve a ajustar cuentas pendientes. He disfrutado como un niño.
   -Al menos, eso creo.
   Abandono la mansión tan rápida y silenciosamente como entré, como una serpiente. Mañana cobraré la otra mitad de lo pactado y lo haré con una sonrisa de oreja a oreja.
   -Buenas noches, Lord Harry Auttenberg -susurro ya al amparo de la oscuridad londinense.



14 de Noviembre de 1888.

Why... so... serious...?

 

   ¿Quieres saber de qué son estas cicatrices? Mi padre era un alcohólico y un animal, y una noche se le fue la olla más de lo normal. Mi madre cogió un cuchillo de cocina para defenderse. A él no le hizo ninguna gracia, ninguna, y delante de mis narices le hincó el cuchillo a la vez que se reía. Se volvió hacia mí y dijo: ¿por qué... tan... serio...? Vino hacia mí con el cuchillo. ¿Por qué... tan... serio...? Me metió la hoja en la boca. ¡Vamos a dibujar una sonrisa en esa cara! Y... ¿por qué estás tan serio?



"¡Ta-daaaaaa...! ¡ha... desaparecidooooo!"


El Último Paso

   Probablemente ninguno de sus vecinos sabía de qué huía, pues eso habría implicado conocerle más a fondo de lo que ninguno de ellos deseaba. Pero sabían que no tenía amigos, que no tenía familia. Sabían que vivía solo, que rara vez salía de casa y que nunca recibía visitas. Sabían que sus padres, las únicas personas que alguna vez habían sentido afecto por él, habían muerto años atrás. Sabían que jamás había recibido una palabra de ánimo en el instituto. Sabían que jamás una chica había dejado que él la besase.
   Pero no sabían lo que pensaba, lo que sentía ni lo que soñaba. No sabían que el recuerdo de sus miradas, llenas de un odio jamás comprendido, le hacía llorar por las noches. No sabían que vivir solo en aquella casa tan grande le encogía el corazón; que nunca bajaba al sótano porque tenía miedo de la oscuridad. No sabían cuánto añoraba el contacto humano, una sonrisa sincera.
   No sabían lo que le gustaban los días de tormenta. No conocían la delicadeza con la que tocaba el piano. No sabían el amor que sentía por los libros ni por la cocina, ni tampoco sabían que en su jardín las flores poseían colores llenos de cariño.
   En cambio, él solo sabía que era diferente. Nunca supo porqué. Siempre había sido así. Físicamente nada le diferenciaba, no tenía ninguna enfermedad, no tenía ningún trastorno. Sus padres no eran diferentes, pero nunca le dijeron porqué él sí lo era. Nunca supo porqué debía sentirse tan solo.
   El día que salió de su casa corriendo, descalzo y sin camiseta bajo la lluvia de un gris día de otoño, todas las miradas se clavaron en él, pero ninguna de ellas pudo ver de qué huía. Él corría con todas sus fuerzas calle abajo, sin mirar atrás y casi sin poder respirar. Los pocos con los que se cruzó solo tuvieron tiempo de apartarse y ver cómo las lágrimas descendían por sus mejillas. Él solo corría y corría. El asfalto dio paso a la hierba húmeda y ésta a la dura roca de los acantilados.
   Ahí fue donde él, por primera vez en su desbocada carrera, se detuvo. Respiraba con mayor dificultad a causa del llanto pero el tacto áspero de la roca bajo sus pies y el ensordecedor sonido de las olas paliaron poco a poco la ansiedad que le embargaba. La ira, la tristeza y el miedo fueron arrastrados por la lluvia que caía sobre su piel.
   Casi podía escuchar en su cabeza los teléfonos sonar, las voces cuchicheando y las miradas de asco. Sabía que muchos de ellos deseaban que aquella inesperada salida no incluyese su regreso y eso le hizo mirar al mar durante un largo rato, sumido en pensamientos que nadie jamás conocería.
   Un rayo desgarró el cielo y el sonido del trueno hizo vibrar el suelo. No lo pensó más. Con un último paso, él abandonó la tierra y se precipitó hacia el mar. Ya no había lágrimas en sus ojos, ni miedo en su corazón.
   El estruendo que provocó al atravesar la agitada superficie del mar se transformó lentamente en un imponente silencio. Únicamente podía escuchar el débil sonido de las olas al romper varios metros sobre él y el de las burbujas que huían revoloteando de su boca a causa de la necesidad de respirar. Miró por última vez hacia arriba, hacia la única claridad que le acompañaría, y con brazadas decididas comenzó a nadar hacia la profundidad. Sentía que el aire escapaba de sus pulmones y que la temperatura del agua descendía rápidamente pero nada de eso le importó. Solo siguió nadando, penetrando en la gélida oscuridad del océano, con la única idea de no regresar jamás.